Comienza el estallido. Se para el mund. Las luces se desvanecen, se enciende la oscuridad.
Primero juegan; se acarician con suavidad, recorren sus cuerpos con las manos, desdibujando sus formas con los dedos; escalofríos. Se besan, besos rápidos, cortos, acelerados. Vacilantes en algún momento, entre risas, se evitan para luego dejar caer los suspiros, mientras los besos se van alargando. Se van transformando en un baile de lenguas que se buscan tímidamente en un primer instante y después, progresivamente, con más ansiedad. Labios que no quieren despegarse, pero que lo hacen solo para depositar nuevos besos en distintos lugares; el cuello, el pecho, la mejilla, la frente, la comisura de los labios, la espalda... Comentarios sueltos, carentes de sentido a veces, otras no. Una sonrisa que se escapa, una mirada cargada de calor que transforma las caricias suaves en encuentros más lascivos, más ardientes y húmedos.
Y entonces ocurre. La timidez sale volando, enganchada a las prendas de ropa que se arrancan el uno al otro. Miradas fugaces e intensas, cargadas de deseo, de pasión, de ganas de poder devorarse, de poder tenerse, sentirse, amarse en un término totalmente apartado de la sociedad. Un contacto infinito que no precisa de palabras ni de la aprobación de nadie porque nadie existe en ese instante en el que se dan cuenta de que son libres de dejarse arrastrar hacia la privacidad de poder hacer lo que quieran sin ser juzgados.
Cuando las piezas encajan, se hace la magia; las pupilas dilatadas, el pulso desbocado y los latidos acompasados. Las bocas se buscan con cierta ansia, coordinándose con el movimiento rítmico de los cuerpos. Comunicándose mediante gemidos, a lametazos y mordiscos. Con la cabeza en otra parte, se entregan del todo, se dejan ser, se sienten vivos, únicos y brillantes.
Sobra todo; sobra la luz, la ropa, el pudor, el silencio, el mundo. Existen solo el placer y las ansias de olvidarse de lo que hay fuera de la habitación, de olvidarse casi hasta de sus nombres.
Y cuando llegan al punto más luminoso de su ser, cuando ya no pueden más y han perdido hasta la cabeza, se funden y, durante un instante, no se puede a penas distinguir a una persona de la otra. No hay ninguna diferencia, son lo mismo; un cuerpo jadeante que trata de recuperar el dominio de si mismo para volver a ser uno pero sin querer separarse de la mitad que lo acompaña.
Y entonces un beso, solo un beso basta para sacarse una sonrisa agotada que, entre costosas respiraciones, da pie a más besos y a una deliciosa calma compartida que no todo el mundo puede entender.
"Bailes de salón, bailes de saliva y sudor."
No hay comentarios:
Publicar un comentario