Y es entonces cuando te descubres a ti misma en la primera fila del concierto de tu grupo favorito. A escasos centimetros de los integrantes y con un enorme altavoz al aldo que vibra tanto como tú. Escuchas con claridad cada nota de la voz del cantante y cada acorde que salta chispeante hacia ti. Estás embelesada. La tenue luz de colores cambiantes ilumina los rostros hipnotizados de miles de raros como tú, que se juntan entonando como un inmenso coro las canciones que tan bien conocen. Miras al cantante, que acompaña la letra de la canción con gestos que solo vosotros comprendéis.
Una canción tras otra va sonando. Pero entonces es cuando llega...
Como una progresión concertada, comienza la canción que más amas. Esa canción con la que tantas veces has llorado, con la que has soñado en buenos y malos momentos.
Un temblor sacude tu cuerpo, tu voz se quiebra. Notas como una lágrima acaricia tu mejilla al tiempo que un escalofrío recorre todo tu cuerpo. Miras al cantante, dándolo todo, y piensas que está cantando para ti. El resto de personas han desaparecido de la sala, no están, solo quedas tú y el grupo. En ese instánte mágico en el que cierras los ojos porque sabes que faltan pocos segundos para que suene tu parte favorita. Tu cabeza rebosa amor y tus pulmones se llenan de aire para cantar a voz en grito acompañando al grupo, acompañando al resto de la gente, acompasando tus pensamientos con las notas que suenan y que acordan perfectamente con los acelerados latidos de tu desbocado corazón.
¡Comienzas a dejarte la voz en ello! Nadie te oye. Ni si quiera tú puedes oirte. Pero no te importa, les escuhas a ellos cantando esa canción que te hace enloquecer de plena felicidad ¿qué más puedes pedir?
Y justo cuando no creías que podía ser mejor suena el tema que te recuerda a la persona con la que deberías estar disfrutando del concierto. Él no está, pero para ti si. Es como si estuviera a tu lado dándote la mano, cantando su canción contigo. Ellos dicen una cosa, tú escuchas "Pinzel Boy" y te ríes para ti misma sabiendo que algún día cantaréis juntos en directo esa canción. La gritas por él, no cantas ¡chillas!
Brilla en ti la ausencia de ese alguien que disfrutaría como un enano de ese tema, de esas notas, de esos brincos. De todas las canciones que te ha enseñado. Eres jodidamente feliz.
La siguiente canción, la última, es "vuestra" canción. La persona a la que interiormente se la dedicas no conoce esa canción. Pero tú sabes que cada palabra va dirigida hacia él y te gustaría que estuviera ahí contigo para abrazarte por detrás y enterrar la cabeza en tu cuello. Quizás el grupo no le guste y no entienda por qué te acuerdas de él, pero tú si lo sabes. Y estás totalmente eufórica. Te prometes a ti misma que cuando le veas le besarás como si llevaras toda una vida esperando por ese beso y cantas en voz baja las palabras que más te recuerdan a su contacto.
Las luces se desvancen. La música se para. La gente aplaude enloquecida; el concierto a terminado y tienes que volver a casa, temblorosa y sonriente. Recordando todas las canciones, sensaciones, luces y palabras que has recibido. Infinitamente agradecida. Y feliz de haber podido estar allí.
No hay mañana.