Existir, lo reduces todo a eso. Lo coges con cuerdas finas y lo atas a cualquier recoveco que yo me deje sin cubrir, lo atas con la esperanza de aplacar tu culpa y al final tratas de atarlo al rededor de mi cuello como si fuera una soga, volviendo a dejarme a mi con la mala sensación de cortar tus cuerdas y no mirar cuando estallas contra el vacío. Eres poco más que un vil marionetista al que le ha salido la jugada mal y ahora intenta enmendar sus errores, pero esta marioneta revolucionaria ya estaba cansada de tener que ser como las demás y de guardar las apariencias de conformidad por simple miedo o por cruenta culpa. Tuviste mala suerte al toparte con alguien que no te siguiera el juego y fuera un participe más de tu guiñol de la humillación, del miedo y de las promesas chamuscadas. Uno no intenta plantar en un terreno seco al igual que no intenta creer a una boca plagada de mentiras, por muchos besos que esta hubiera prometido. Y no me hagas hablar de los abrazos, porque eso sería obligarme a sacar la risa sarcástica de la alcoba y la mascara del absurdo para mirarte desde cualquier esquina de esta satírica situación y comenzar a reirme de todas tus palabras una tras otra sin nigún tipo de consuelo o descanso.
No. No puedes creer que eres un centro universal cuando a penas eres una mota de polvo que se rodea y cubre de más motas de polvo en una estantería, porque no tienes ese derecho. Porque te ha pillado muy por los pelos llamar "malentendido" a un "malobservado", "malcomprendido", "maleido" ya sabes, suenas más a excusa de reincidente que a auténtico arrepentido en busca de la redención. Prefiero que cargues con tu culpa y parecer una zorra pérfida y desalmada a darte un respiro que te permita tener un recoveco de paz por el que observar una luz imaginaria. Porque ahí es dónde reside la auténtica crueldad y no soy tan visceral como para poder hacerle eso a nadie.
Solo espero que todavía tengas en mente la posibilidad de odiarme desde tus más retorcidos pensamientos, ganas de escupir sobre mi tumba y de correr a decirle a mi madre lo zorra que es su hija. Dios mío, de conseguirlo estaría tan satisfecha. Se reflejaría en mi rostro el placer que me produce haberte llevado a la más pura perdición del sentido de la codicia, tanto esfuerzo y tanta bilis dando fruto. Solo espero que al fin entiendas dónde empezamos y dónde nació el problema.
Simplemente te doy algo en que pensar, si es que aún lo practicas.