-No tengo nada que ofrecerte, nada.
La miraba con los brazos extendidos, situado de puntillas al borde de la piscina y sonriendo. Era de noche y la única luz que había era la de las lámpara que había en las paredes de la piscina, por debajo del agua.
Se habían colado en la piscina municipal, tal vez habían fumado demasiado aquella noche y aquella loca idea les había parecido bien a ambos. No lo sabían del todo con exactitud, pero los tonos azulones de la iluminación le daban a aquel lugar un ambiente mágico, casi espectral.
Ella se le acercó, sonriendo, moviendo las caderas de manera coqueta. Se quitó los zapatos mientras caminaba y, a escasos centímetros de él, se puso de puntillas para besarle. Cuando sus ojos estaban a la misma altura, le empujó. El chico, sorprendido, agarró el vestido de ella obligándola a caer al agua y ella, profiriendo un grito, se agarró a su camiseta.
Se acercaron el uno al otro, bajo el agua helada se abrazaron y con la última gota de aire, se besaron un segundo.
Y una vez fuera, y tras exhalar una importante cantidad de aire, ella trató de zafarse de él y de fingirse enfadada.
-¡Idiota, suelta, suelta! ¡Me has empapado el vestido y el agua está helada!- Le miraba frunciendo el ceño y él respondía con una tierna sonrisa y sin dejar de abrazarla.
-Bésame. Y luego, si todavía tienes ganas, me gritas.- Río, acercando su boca a la suya y pegando sus cuerpos. Ella no oponía resistencia, miraba los labios de él con ternura, con cierto deseo.
-Yo esto lo he soñado antes...- murmuró antes de besarle.
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