Se miraba en el espejo con la vista perdida entre los cientos y cientos de cosméticos que tenía en su tocador. Estaba pensando en él, en lo que quería hacerle.
Quería besarle y dejar grabada su huella en cada parte de su piel.
Su cuello, sus labios, sus mejillas, su torso, su cadera... lo quería todo para ella. Y no pensaba dejar ni un solo milímetro de su piel sin cubrir.
Ahora solo tenía que pensar como hacerlo. Quería dejar su marca de forma que traspasara más hallá de la propia piel. Dentro, todo lo dentro que le fuera posible.
Que jamás olvidara el contacto de sus labios y que si algún día otros lo tocaban un escalofrío le hiciera pensar en ella.
Sacudió la cabeza y se centró finalmente en su imagen reflejada en el cristal ilumináda por las luces que se encontraban a ambos lados. Esbozó una amplia sonrisa y alargó la mano en dirección al lapiz de labios rojo.
Había sido una compra impulsiva y jamás lo había llegado a usar. Lo cogió con el dedo índice y pulgar y lo miró con detenimiento durante unos instantes.
Balanceándose entre sus dedos aquella pequeña pieza de cosmética le pareció perfecta, infinitamente atractiva y sobre todo llamativa. Lo abrió con suvidad, como quien maneja una joya única y delicada. Hizo subir la barra que brillaba con fuerza sin ninguna marca de usos anteriores y la acercó a sus labios.
Cuando acabó se miró al espejo sonriendo con amplitud; esa, esa era la sonrisa que quería mostrarle a él. Era la sonrisa que le haría perder la cabeza en mitad de sus besos.
Se pintó los ojos con un lapiz negro que la proporcionó, en su opinión, la mirada perfecta. Una mirada fuerte y decidida que no delataba miedo por ninguna parte.
Se rió con suavidad y bastante timidez. Le gustaba ese aspecto de si misma.
Y aún así, con los labios rojos y los ojos bordeados de negro, seguía teniendo el aire inocente y descuidado que la caracterizaba. Tierna y pequeña pero con intenciones de lo más perversas.
Con un gesto ágil de la mano deshizo el recogido de su pelo y lo soltó, revolviéndolo con la mano al instante.
Se levantó del tocador y se miró una última vez sonriente. Se quitó el albornoz dejándolo deslizar por sus curvas para caer finalmente al suelo, abandonada. Se puso la ropa interior, cuidadosamente elegida para la ocasión y se acercó al armario.
Sabía que quería ponerse, era evidente para ella. Por eso, sus ojos de dirigieron casi de forma simultánea a la falda negra de la esquina.
Tal vez fuera demasiado corta pero no tenía intención de ponerse otra cosa.
Quedaban veinte minutos para salir de casa y la camisa ya estaba perfectamente abrochada.
Estaba lista y su sonrisa lo decía todo.