-¡Vamos a jugar a que somos únicos! ¡Dame la mano y vamos a correr entre la gente, vamos a darle la vuelta a Madrid y a gritar en medio de la Gran Vía!- buscando ratros de burla en los ojos de ella, se ha quedado mirándola como idiotizado. Sonrien-
-¿Qué dices? No podemos hacer esas cosas, es una locura.- Ella deja de sonreir y le mira frunciendo el ceño, con un mohín infantil. Él no habla en serio, pero le gusta verla sobreactuar.
-¡Pero tú siempre dices que hay que hacer locuras! Y Madrid es muy grande, hay mucha gente. No creo que nadie nos mire si gritamos un poco o si nos subimos a cualquier estatua, no creo que les importe que nos bañemos en una fuente a las 3.00 de la mañana en una noche de verano.- Agitando los brazos hace gestos que apoyan cada una de sus proposiciones, le tiemblan las manos solo de pensar en gritar por Madrid.- Pero no es lo mismo si no vienes tú. No haría nada eso si no vienes tú.
-¿Y por qué yo?- Se acerca un poco a ella, apoyando las manos en sus hombros, haciéndola bajar los brazos y cerrar la boca.- ¿Por qué yo y no cualquier otro? Alguien que grite más alto, que corra más rápido o que no tenga inconveniente en meterse contigo en una fuente a las 3.00 de la mañana en la noche más calurosa de todo el verano, ¿Por qué yo?- Unos centimetros menos de distancia. Ella está roja y a él le hace tanta gracia ver como poco a poco se va poniendo cada vez más nerviosa...
-Pues porque no quiero gritar con otra persona. -Titubea, duda que debe decir o hacer. Pero recupera la compostura hablando con un tono infantil, como la súplica de una niña pequeña.- ¿No gritas lo suficientemente alto? ¡Yo gritaré el doble por ti! O la mitad, para que se nos oiga a los dos, lo que tú quieras. Además, no digas tonterías ¡tú también quieres esto! Quieres hacer locuras y estupide...- Un corte seco, un beso. ¿Para qué tanto hablar si todas aquellas locuras iban a llevarlas a cabo discutiéndolo o no?
Una sonrisa, unos instantes de pausa, un leve roce de labios, una caricia. El universo en persona envolviéndolos lentamente. Y entonces, al final de todo, una mirada.
-Cállate, idiota. Sabes de sobra que haría cualquier locura contigo. No vuelvas a pedirme permiso, solo agarra mi mano y echa a correr. Yo te sigo.- Él sonrie, ella también sonrie y abrazándose a su cuello le da la razón en forma de beso.
Y ya no dicen nada más. Porque no hace falta.
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