Se desperezó abriendo lentamente los ojos, notando como una suave mano acariciaba su vientre por encima del ombligo y sonrió para si; no había sido un sueño. Ella estaba ahí tumbada, abrazada a sus caderas y comenzaba a besar su cuello, con ganas de más, como si las caricias que la había ofrecido durante buena parte de la noche no hubieran sido suficientes para ella. Se giró para mirarla con claridad y se topó de frente con sus preciosos ojos verdes y su sonrisa. No sabia si besarla o hacerla una foto. Pero ella respondió a sus dudas tomando su cara con suavidad para dejarla muy cerca de la suya. Estaban tan cerca que su pulso se aceleraba mientras notaba como ella entrelazaba sus piernas y sus lenguas, al compás, como si fueran una sola.
Sobraban las palabras, sobraban las explicaciones. Una encima de la otra, disfrutaban del contacto ardiente que las impedía separarse. Un mordisco, una caricia, un suspiro y algún que otro gemido se escapaban de cuando en cuando del colchón. Pero no había nadie para oírlos, no ahí. En su pequeño espacio donde todo sobraban salvo sus adolescentes bocas buscando más y más amor, insaciables. Pegando sus cuerpos con fuerza, incitándose la una a la otra a seguir. A llevarlo a otro extremo. A un lugar donde las miradas de desaprobación de la gente no llegan.
Ese punto en el que el placer te traslada al amor irrefrenable, sonde no importa tu sexo, solo tus ganas de amar.
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