Mirando aquellas las fotos recordó lo mucho que le gustaban aquellas tardes que olian a calor y sabían a verano. Recordó las flores rojas y también el cesped a la sobra de los enormes árboles.
Las canciones que repetían una y otra vez, hasta reventar. Las bromas que habían conseguido que, en medio de las lágrimas de los preciosos ojos de aquellas chicas, sonrieran de nuevo y de aquella manera tan bonita.
Los abrazos, los besos, las noches en vela, los consejos, las historias, las peleas, las reconciliaciones, los segundos, los minutos, las horas y los días. Las conversaciones por telefono minutos antes de verse para contar otra vez lo mismo, volviendolo a escuchar como si fuera la primera vez.
Las palabras duras, las que hacían daño pero eran reales. Aquellas, eran las que más fuertes las hacían.
Todos los recuerdos iban y venian en su cabeza. Muchos se perdían entre el humo del cigarrillo que sostenía entre las manos y tenía miedo de perder los detalles que más felices las habían echo, de perderlas a ellas.
Recordaba las palabras más amables y las más bajas, sucias y rastreras. Y como si hubieran sido un club de suicidas, interiorizaban los momentos más amargos y se los callaban.
Le apetecía recordarlo todo, y como las quería, las quería tanto y tanto.
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