Aquel debía ser, casi sin lugar a dudas, el punto más alto de todos. No había montañas cerca, solo asfalto y ruido. La música de los distintos barrios se colaba por las callejuelas y era arrastrada por una corriente invisible hasta sus oídos.
El tabaco, el alcohol, las drogas, el amor, el sexo, el miedo y todo lo que pudiera tener un olor propio se acercaba a su nariz hacíendola cosquillas. Podía verlo todo, a todos sin ser vista. Podía, si quería, alargar el brazo y acariciarlos... sentirlos de cualquier modo imaginable e imposible de pensar y ellos no sabrían nada.
Tenía en mente una canción, la mano apoyada en el pecho con el puño cerrado y el pelo bien recogido en una bonita trenza. Su garganta estaba abarrotada de palabras que llevaba guardando años; palabras que no había pronunciado por simple conformismo... porque, ¿para qué ir en contra de una sociedad que se molesta en callarte la boca a base de golpes y criterios desgastados?
No, ella era diferente.
Miró al cielo y suspiró abriendo muy lentamente su mano para dejar correr de nuevo el viento. Este revolvió su pelo deshaciendo la trenza con increíble cariño.
Poco a poco abrió la boca y tomó una profunda bocanada de aire, este inundó sus pulmones hasta rebalsar su limitada capacidad. Cuando ya no podía tomar más se quedó parada con los ojos y la boca muy abiertos. Tenía los brazos extendidos, como las palmas de las manos.
Todo volvió a paralizarse durante aquel leve instante en el cual ella apretó los puños, cerró los ojos con fuerza y gritó a la ciudad. Gritó hasta vaciar sus pulmones y desgarrarse la garganta. Gritó hasta llorar, hasta que le dolía tanto que ni el viento acariciando sus mejillas podía mitigar el daño que aquel grito producía en ella.
Liberaba todas las palabras que había ido tragando, liberaba los golpes y los gritos de los demás. Cada segundo que había pasado sola, cada mirada de desprecio, cada reproche y cada pesadilla salían de ella como un esputo que lanzaba a la ciudad, que de tan sucia como ya estaba apenas se inmutaba...
Se detuvo. Y se dejó caer sobre el hormigón de aquel tejado, notando como unas ardientes lágrimas rodaban sobre sus congeladas mejillas. Hacía frío y ella lo notaba en su pequeño cuerpo que temblaba por todo lo que ya no estaba dentro de él.
Eran demasiadas las cosas que abarcaba y que no debería soportar. Pero ahora no pensaba en eso.
Se había dormido arropada tan solo por las luces de una ciudad que era totalmente suya.
"Eres grande, pequeña."
No hay comentarios:
Publicar un comentario