Behind.

Un trozo de espejo, un vaso con agua, una canica que no sabe girar, unos gritos envasados al vacío que nadie quiso nunca escuchar, una mirada en una cámara de fotografía, una gran bola de cristal que refleja el cielo, un arcoiris pintado en un trozo de servilleta, dos palabras escritas con rotulador en el marco de una puerta, un nombre, una sonrisa, una canción, siete frases de siete palabras, miles de listas de cosas que nadie entiende;
papel y un bolígrafo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Time to run away.

Vas un día paseando tranquilamente por la calle. La gente al rededor no te mira, no te siente. Es como si realmente no existieras. A nadie le importa que estás ahí.
Pero no es a eso a lo que voy, no eso no.
Vas andando, te paras en algún que otro escaparate y lo miras sin demasiado entusiasmo. Unos cinco minutos después, llegas a un parque; Es un sitio precioso. Por donde quiera que mires ves hojas volando desde las copas de los árboles hasta el suelo. Los tonos otoñales se apoderan de todo a tu alrededor y tú te dejas envolver sonriendo. Solo porque es perfecto, solo porque nada ni nadie pueden romper la paz que te inspira ese sitio. Es genial, casi mágico.
Entras en el parque y buscas con la mirada un sitio que parezca cómodo para sentarte y escribir, leer, dibujar, o, simplemente, para mirar a la gente que pasa como tú desprevenida por el parque.
Encuentras un sitio, lo ves de frente y te dices a ti mismo "ese es el sitio, ahí quiero quedarme". Te encaminas hacia allí y tomas una fuerte bocanada de aire.
Te sientas debajo de un árbol y observas, durante unos segundos, que a los pies de este está todo cubierto de unas preciosas hojas amarillas que reflejan el sol haciendo del ese lugar algo brillante y luminoso. El frío te saca de tus pensamientos y con un soplo de aire te pide que mires el reloj. En una hora y media anochecerá y, seguramente, tú, seguirás ahí quieto. Como si esperases a alguien, pero ese alguien no va a ir a verte y tú solo tienes que encargarte de estar bien. Pero el sitio ayuda.
Sacas tu libreta de la mochila; sacas un lápiz, una goma y te tomas un chicle. Es de fresa, te gusta.
Balanceas el lápiz entre tus dedos, pensando con calma qué quieres hacer. Podrías dibujar el sitio en el que estás pero eso siempre te sale mal y te enfadas contigo mismo. Tal vez escribir sobre él describiéndolo con exactitud, pero no lo haces porque sabes que el resultado no será satisfactorio. Resoplas y te bloqueas, apoyas sobre tus piernas el cuaderno y el lápiz y cierras los ojos. El viento te golpea en la cara, te despeina, te acaricia y te susurra cosas que no puedes entender. Pero estás bien, muy bien, increiblemente bien. Sonríes otra vez y te das cuenta de que no oyes nada. 
¿Nada? Nada.
No hay gritos de niños jugando, ni el rumor de el viento entre las hojas de los árboles... nada es nada. Ni si quiera te escuchas respirar, ni tus latidos. Y entonces algo toca tu hombro y abres los ojos. Se te ha hecho increiblemente tarde, quedan unos minutos para que atardezca y se vaya la luz por completo. Te pones de pie y corres hacia la estación de tren. Calle abajo el viento te golpea con fuerza, como queriendo rogarte que retrocedas y vuelvas al parque para que pueda mecerte y dejarte dormida. Pero tienes que decirle que no, que tienes que volver a casa o se hará muy tarde y será peor. El viento deja de frenarte y tú aceleras el paso, finalmente llegas a la estación y coges a tiempo tu tren. Subes y buscas un sitio de cara a las luces del atardecer, para poder mirarlas. Te prometes a ti mismo que no te quedarás dormida y que estarás pendiente de como la tierra se traga al sol. Lo consigues, sientes que lo vas a conseguir. Y miras hipnotizado el horizonte.
Pero bajas la vista, solo por un segundo en el que miras tontamente una hojita amarilla enganchada en tu jersey. Y para cuando levantas la vista ya no está el sol. Solo queda una última luz que te golpea con fuerza en la cara. Te has perdido el atardecer.  Tienes las luces pero no el sol entrando en la tierra. Entonces suspiras y apoyas la cabeza en el cristal, abatido, diciéndote a ti mismo "otra vez será". Y ,pensando que mañana volverás a Madrid solo para retar al sol con la mirada, cierras los ojos unos instantes antes de que una voz repetitiva anuncie la siguiente parada.

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