Aprendí a cantar, a mejorar y a olvidarme de todo lo demás.
Aprendí a alzar a la voz, a guardar solo lo mejor de todo lo que me pasaba siempre y que, casi nunca, era bueno. Aprendí que tu sonrisa era el mejor color para vestirme.
Y ahora no puedo olvidarte y no puedo mejorarme, mi cabeza ya no cambia esta quieta donde está, es un objeto inamovible destinado a la más absurda soledad.
Nadie mira hacia atrás sin tener una razón, un motivo, un "algo" por lo que poder hacerlo. Y tú me ofreces un momento de silencio y una pequeña reflexión antes de volver a casa para quemar mi habitación conmigo. Y recuerdo las formas de tu boca, y la cama y el colchon que se juntan desesperadamente impacientadas queriendo regrese yo. Y ahora una foto en blanco que hace como 30 años hizo un hombre viejo capturando la sonrisa de un bebé que acababa de nacer hace apenas dos días, me mira desde la mesilla y espera que ahora sea yo quien sonría.
Somos victimas los dos, tú de mis tonterías y yo de tu estúpidas sin razón, tus cambios de humor, tus "Ahora te quiero, mañana ya no". Y de aquellas mil historias que nos hicieron creer, somos víctimas los dos.
¿Qué puedes tú saber? ¿Qué me vas a responder? Si apenas recuerdas lo que me dijiste antes de ayer. Si nunca has jugado a atrapar el viento y te importa más bien poco si crezco o me quedo quieta en un mundo pequeño.
Me quedaré de nuevo con las ganas de decirte "Te eché de menos", de abrazarme a la locura y de dormir cuando tengo mucho sueño.
Mis miedos pesan mucho, pesan más que todo eso y a nadie parece importarle que haya tirado la toalla y no quiera seguir monitorizándome. Así llamo a mis ideas dirigidas, las que me reflejan y las que no lo hacen, son todas parte de una monitorización de mierda de mi vida.
Me desespero con nada y nada es lo que me importa que quieras seguir escribiéndome historias.
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