Behind.

Un trozo de espejo, un vaso con agua, una canica que no sabe girar, unos gritos envasados al vacío que nadie quiso nunca escuchar, una mirada en una cámara de fotografía, una gran bola de cristal que refleja el cielo, un arcoiris pintado en un trozo de servilleta, dos palabras escritas con rotulador en el marco de una puerta, un nombre, una sonrisa, una canción, siete frases de siete palabras, miles de listas de cosas que nadie entiende;
papel y un bolígrafo.

viernes, 28 de septiembre de 2012

The world was on fire.

Después de mucho tiempo siempre llega el momento. El segundo adecuado. El instante.
Con las manos heladas y la mente en blanco, se dedica a rasgar un papel con un bolígrafo negro de lo más común. Delante de ella hay una taza con el plano del metro de Londres dibujado y una gata negra que la mira con curiosidad pensando que el sonido de los trazos de bolígrafo contra el papel es, quizás, demasiado escandaloso.  Suspira cansada; la tinta se ha corrido, su dibujo la desagrada, se siente cansada y apagada. Su padre dice que se ve el color gris del cielo más al rededor suya que en la propia ventana. Pero ella se encoge de hombros y arruga el papel, abandonando sus aparejos de aspirante a artista en el sofá. Camina por la casa, se bebe a sorbitos el colacao, aún humente, observa por la ventana el reflejo de las gotas cruzando el halo de luz que expulsan las farolas. Se siente rara; no está triste. Sabe que no es tristeza, pero el no saber que es la desanima desmesuradamente. Sabe que echa de menos, que lleva una semana echando de menos a muchas personas, pensando en todo lo que ha pasado en los últimos dos años. Lugares, imágenes, canciones, situaciones, gritos, lágrimas, risas, gemidos, sueños, ilusiones, libros; todo pasa por sus pupilas, no como una película que ves antes de morir, solo como un cálido recuerdo adecuado a una tarde fría. Y todos esos recuerdos van de la mano de cientos de personas distintas, que ya no están o que están demasiado lejos como para estar realmente con ella. Se culpa de los abandonos, de las discusiones, de los miles de silencios y de las lágrimas que su almohada ha bebido noche tras noche.
Y entonces sucede. Suena un "click" en su cerebro y algo cambia. Ese instante que separa la pena de la realidad; todas las imágenes y recuerdos desaparecen de su cabeza. Ha dejado de sentir en el sentido más estricto de la palabra. No quedan remordimientos, ni pena, ni amor. Solo la frustración de la carencia de sentimiento. Ese instante en el que todo lo que ha llorado estos días no llega ni a recuerdo en su cabeza, pero algo falla. Sabe que dejar de sentir no es agradable, sabe lo que viene ahora y no quiere, pero también sabe que es inevitable; volverá a caer en el error de buscar sentimientos donde no los hay, de aferrarse a sensaciones crueles y desmesuradamente críticas para una persona como ella. Se sienta en el sofá, abatida, ese instante había llegado y nadie salvo la lluvia había tenido ocasión de ver las luces desvanecerse dentro de ella. 


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