Behind.
Un trozo de espejo, un vaso con agua, una canica que no sabe girar, unos gritos envasados al vacío que nadie quiso nunca escuchar, una mirada en una cámara de fotografía, una gran bola de cristal que refleja el cielo, un arcoiris pintado en un trozo de servilleta, dos palabras escritas con rotulador en el marco de una puerta, un nombre, una sonrisa, una canción, siete frases de siete palabras, miles de listas de cosas que nadie entiende;
papel y un bolígrafo.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Este; Oeste.
La miró a los ojos y la sintió incapaz de decir nada.
-¿Sabes?, yo también soy capaz de mirar el mundo de otro modo.
Y agachó la cabeza, colocándose un cigarrillo en la boca y rebuscando en su chupa algo con lo que poder encenderlo.
-Qué mires el mundo de otro modo no significa nada.
Dijo ella dándose la vuelta y dejándolo ahí tirado con su cigarro y su chupa de imitación. Y cada uno siguió su propia dirección. En línea recta por la ciudad, Este y Oeste divididos en dos caminares profundos. Las mismas calles que vieron a los amantes abrazados ahora observaban descompuestas cómo se daban la espalda. Y el cielo empezó a llorar sobre ellos. La ciudad observaba a los viejos amantes escapar el uno del otro, cada uno con un pensamiento, con una sensación, con una dirección propia y los objetivos bien fijados a las suelas de los zapatos.
Ella, dirección oeste. Con la cabeza bien alta y las maldiciones resonando en sus pulmones; conteniendo gritos de ira, de rabia y ceguera en los ojos. Temblaba, muerta de frío, frío en el pecho, humedad en las pestañas y encogimiento en el corazón. Las ideas le retumbaban en la cabeza, quería llorar. Quería echarse a llorar y darse la vuelta para poder vomitarle a la cara todas las palabras que había estado guardando en su garganta. Se sentía culpable; pero no por el hecho del final inminente de las cosas, si no por la falta de valor que había acompañado a sus pensamientos todo el tiempo. Cada vez más al oeste, cada vez más lejos del centro de la ciudad, su cuerpo le pedía a gritos que parara y sus pulmones la rogaban jadeantes que tomara una bocanada de aire. Frenó en seco descargándolo todo contra una pared, la golpeó con el pie con todas sus fuerzas y acto seguido emitió un alarido de dolor que se escucho por toda la ciudad. Y ella, hecha una bolita de temblores y lágrimas estalló por dentro, dejándose vencer en el suelo.
Oeste, muy al oeste, casi en lo más al oeste posible de la ciudad él se frena de golpe. El viento arrastra un quejido a sus oídos, un grito, un miedo. Y él hunde más sus ideas en los charcos. Protegido por una capucha piensa; no odia, no tiene rencor, ni fuerzas para ello. Se siente cómo el día; gris ciudad, gris humo, gris lluvia pero sin ese matiz hermoso que guardan las nubes. La soledad grita su nombre, grita las lágrimas de ella en los ojos de él, que cada paso desespera más y siente menos. No puede darse la vuelta e ir a por ella, porque ella no quiere verle, no quiere sentirle, no quiere saberlo y él conoce ese rechazo. Porque lo ha visto en su alma, pero también sabe que lo ha buscado a la fuerza. ¿Y ahora qué? ¿Dejarlo todo correr, marchar, salir, escapara? ¿Olvidar sin más y borrar? Eso no era algo que él supiera hacer. Pero ahí, al este total de la ciudad, lejos de todo lo que había pasado, poco podía hacer. Se encendió otro piti, el último de la cajetilla que lanzó y pateó hasta perderla de vista y, sentado en una roca, lo encendió cubriéndolo de la lluvia a duras penas con su propio cuerpo.
Y en la ciudad todo se quedó en silencio. Y todo se tornó vacío.
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