Behind.

Un trozo de espejo, un vaso con agua, una canica que no sabe girar, unos gritos envasados al vacío que nadie quiso nunca escuchar, una mirada en una cámara de fotografía, una gran bola de cristal que refleja el cielo, un arcoiris pintado en un trozo de servilleta, dos palabras escritas con rotulador en el marco de una puerta, un nombre, una sonrisa, una canción, siete frases de siete palabras, miles de listas de cosas que nadie entiende;
papel y un bolígrafo.

viernes, 17 de agosto de 2012

Vidas cruzadas, esquinas.

Cada esquina de cada calle de cada ciudad de cada país esconde un secreto, una historia, unos amantes, un beso, un sueño, una poesía. Este es mi espacio, esta es mi esquina.
Pero tres calles más abajo de la calle en la que estamos mi esquina y yo está ocurriendo algo.
Alguien llora.
Es un llanto de esos terribles en los que se derrama un pedacito de uno mismo con cada lágrima. Una mujer solloza desconsoladamente sentada en la puerta de su casa con un cigarrillo más consumido que fumado en la mano derecha. Tiembla. Hace calor, mucho calor, pero ella tiembla. Está tan nerviosa que no puede ni llevárselo a los labios para darle una o dos caladas. ¿Y por qué llora? ¿Por qué llora si hace tan solo unos minutos estaba perfectamente? Ha recibido una llamada de teléfono, una fría voz la ha comunicado el ingreso en un hospital de su hijo más pequeño a causa de un gravisimo accidente de tráfico. Su marido ha salido corriendo hacia el hospital, pero ella sabe que ya no hay nada que hacer. Lo siente en su pecho a modo de un dolor agudo. Una de esas sensaciones que quizás solo una madre puede tener.
Los vecinos la oyen llorar, pero ninguno tiene el valor de salir y preguntar el por qué. Ninguno quiere tener que consolarla.
En la esquina que de la calle del mismo hospital al cual el marido de esta mujer se dirige, hay un chico con un bote de pintura negra en la mano. Ha encontrado la pared perfecta para plasmar su arte; está dibujando al actual presidente del gobierno recibiendo una patada en el trasero por la bota de un punk. Un jóven anarka cabreado. La máscara le proteje de los "vapores" del espray y la capucha lo cubre para no ser reconocido. Sabe que lo que hace es ilegal, pero quiere hacerlo y, a pesar de las altas temperaturas, soporta llevar la sofocante sudadera. Sabe el riesgo que corre; una detención más y le enviarán de cabeza a un correccional. Su madre estará en casa preocupada, sin poder dormir. 
Un grito lo alerta. Un policía avanza corriendo hacia él con la intención de detenerle. Sin pensárselo dos veces, agarra la bolsa de pintura y sale corriendo calle abajo como alma que lleva el diablo con el policía detrás.
Y al final de la calle, un tipo tira su el cigarro alarmado por el ruido y se resguarda en la sombra de un callejón al que no llegan las luces de las farolas. Evidentemente, el contenido del cigarrillo no era legal, pero si muy caro. Por eso, cuando el bullicio pasa y el policía ya no está al alcance de la vista, lo recupera. Lo vuelve a encender y le da una larga calada que le produce un placentero mareo. Y al soltar el humo la ve; ahí está, su silueta de curvas perfectas desdibujadas en las nubes que salen de su boca. Ella, su antigua novia, ha decidido terminar con él y se ha largado con otro. Pero él no puede soportar la idea y llora, apoyándose en la pared, maldiciendo al humo que lo traiciona. Agarra una botella de un cargado vodka y le da un trago casi mortal. Al instante, cae rendido en el suelo y antes de perder la consciencia, resuena en su cabeza la risa de ella.
Ella, que está también en la ciudad algunos barrios más al norte, camina de la mano de su nuevo amante. Pero una punzada la obliga a detenerse. Los ojos verdes del chico al que a penas unas horas antes ha dejado tirado en la estación de tren aparecen en su mente, como un destello fugaz pasan por su cabeza los tres años que han vivido juntos. Su acompañante, preocupado, se detiene a su lado preguntando si todo está bien. Ella sonríe, asiente, lo besa y dice que ha sido solo un mareo, que está bien. Y agarrando de nuevo su mano, retoman el paseo sin percatarse de los ojos amarillos de un felino que los observa desde un muro.
El gato acaba de escapar de su casa en busca de una pequeña diversión nocturna. Un delicioso aroma a pescado asado lo hace desviar su atención de los paseantes y dirigir su rumbro hacia donde su olfato lo guía. Pero algo lo distrae; un pájaro despistado y estraviado que pía sin saber qué dirección tomar. No es un ave nocturna, solo un ave de ciudad desorientada. Agazapado entre las sombras, el minino, lo mira con atención. Su nueva presa, la presa perfecta, la cena. Lentamente avanza hacía el animalillo con la mala suerte de tropezar con una rama suelta que cruje de una manera casi inaudible bajo su peso. El pájaro gira su cabecita y mira a su atacante y con un rápido movimiento echa a volar dejándolo sin cena. Hace unos minutos que hay un pájaro posado en mi ventana. La noche ahora está calmada. Ya nadie llora y yo sigo aquí, ajena a todas las esquinas del mundo, escribiendo esto.

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