Y luego todo fue silencio y humedad. A sus oídos solo llegaba sonido de bubujas, silencio de agua y a sus pulmones falta de oxígeno. Abrió los ojos y se encontró a escasos centímetros de unas puntiagudas rocas que amenacaban con deshacer su cuerpo. Se aferró a una de ellas y miró hacia arriba; veía la ténue luz de la luna chocando contra la superficie del agua que dejaba a algunos de sus rayos penetrar en las profundidades acuáticas. Un ardor infernal se apoderó de sus pulmones, de su garganta y la falta de aire comenzó a pedirla a gritos que nadara hasta la superficie. A duras penas consiguió llegar, cada brazada se le hacía más pesada e imposible, necesitaba salir pero veía que no podía. Con un último impulso de brazos cansados, alcanzó su objetivo y exhaló una profunda bocanada de aire frío y nocturno. Su pecho palpitaba con fuerza, le dolían la cabeza y los oídos, por no hablar de los brazos.
Comenzaba a calmarse y buscaba con la vista, ya acostumbrada a la escasa luz, algo a lo que poder agarrarse. No tenía ni idea de dónde estaba y solo alcanzaba a ver la lisa pared rocosa y agua. Agua por todas partes, agua helada y oscura, como una inmensa tiniebla rodeándola. No se escuchaba ruido alguno; ni grillos, ni el viento entre los árboles, ni si quiera el agua producía más sonido que el de las brazadas que ella misma daba para mantenerse a flote. Se echó a nadar hacia adelante, sin saber que encontraría o que podría sucederle. Pero cuando las cosas se encuentran en un punto como ese solo puedes avanzar o manterte en el sitio rezando por una solución. Y a ella no le gustaba nada rezar.
Seguía nadando, agradeciendo que no hubiera corriente alguna que pudiera arrastrarla. A pesar de todo no era tan mala la situación. El largo vestido comenzaba a convertirse en poco más que un lastre. Decidió despojarse de él quedando totalmente desnuda, desprotejida. El frío del agua entumecía sus miembros, le dolían los brazos y le temblaban los labios. Pero no dejaba de nadar, de fente a la nada con la luna como única compañía. Sentía el calor de las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Se planteaba la idea de bandonar y dejarse morir en el fondo del agua. De hecho, a punto estaba de rendirse cuando notó arena bajo sus pies. Con los ojos abiertos como platos, comenzó a caminar sobre la orilla y cuando el agua a penas le cubría los tobillos, se dejó caer y lloró en silencio, sintiéndose por fin a salvo.
Espero que sepaís leer entre líneas. Espero que podáis entender la metáfora.
G.
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