Behind.

Un trozo de espejo, un vaso con agua, una canica que no sabe girar, unos gritos envasados al vacío que nadie quiso nunca escuchar, una mirada en una cámara de fotografía, una gran bola de cristal que refleja el cielo, un arcoiris pintado en un trozo de servilleta, dos palabras escritas con rotulador en el marco de una puerta, un nombre, una sonrisa, una canción, siete frases de siete palabras, miles de listas de cosas que nadie entiende;
papel y un bolígrafo.

miércoles, 26 de marzo de 2014

"Resaca"

¿Conoces esa sensación de dolor de cabeza chirriante? Cuando cualquier sonido por mínimo que sea suena como una bomba atómica reventando contra las paredes de tu cráneo. Cuando hasta una pluma posándose levemente en el suelo duele.
El día después de una fiesta que está desdibujada en tu cabeza y que, mira, casi mejor que sea así. Ese día que te despiertas con sabor a cenicero lleno a rebosar de colillas aún humeantes en la boca, que parece que te han pegado con una litrona en la cabeza y que apestas a sudor de otra gente. Que lo único que te da fuerzas para salir de la cama es la promesa de una ducha larga y caliente que te acabará a dar pie a ir acordándote poco a poco de todas y cada una de las tonterías llevadas a cabo en el transcurso de una noche que se te siente pegajosa en la ropa que ni si quiera te molestarte en quitarte cuando llegaste a casa hace a penas unas horas pidiendo a gritos el acogedor abrazo de tu cama.
Porque, al fin y al cabo, ¿Quién no ha perdido un mechero dentro de la taza de váter de algún tugurio de mala muerte -del cual es casi que mejor no recuperarlo, coño, que un mechero son 30 céntimos- o en la casa de un quinqui cualquiera amigo de un amigo del colega que dice que te conoce de vete tu a saber qué? ¿O quién no ha vomitado en un cuenco de ganchitos con una tía vestida de conejo gigante al borde del colapso por partirse el culo de risa? Qué típico ¿No? En realidad no tanto. Pero si que todos tenemos ese día después donde la primera frase que prácticamente escupes con el desayuno -si tu estómago te permite desayunar, claro- ese mal repetido "No volveré a beber nunca más" que a las pocas semanas se convierte en mentira mezclada con un buen ron-cola. Claro que no vas a volver a beber. Agua. Agüita.
Cómo nos gusta mentir ¡y cómo nos gusta beber!
Y fumar.
Y pasar a mayores.
Y llorar abrazados a desconocidos que hacen las veces de farolas.
Y arrepentirnos.
Llevo un año entero de resaca. Llevo un año entero con sabor a colilla en la garganta y con unas ganas de vomitar toda la mierda que me he autoinfligido de manera voluntaria. Y lo único que se parece a lo antes descrito es la sensación día tras día que me atosiga al levantarme. Porque la noche anterior no hubo más que vacío y silencio y lo único que me repito con el desayuno es que hoy va a ser distinto. Y te juro por lo que más quieras que cada día, cada momento y con cada decisión que tomo intento que esto sea así, que cambie. No creo que a nadie le guste hundir la cara en la almohada y desesperarse por las miradas ajenas que solo tienen ojos para juzgar y para criticar. No creo que a nadie le guste encontrarse entre la espada y la pared a cada paso que da para acabar aún peor; en el disparadero de la existencia más miserable que llega de tus propias manos. Algunos lo llaman culpa y otros lo llaman autocastigo.
Yo prefiero "resaca"

Un año de resaca y once meses de ibuprofeno y siestas. 
Eso es lo que tengo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario